DESCUBRE CON SANTA MÓNICA EL PODER DE LA FE Y LA ORACIÓN

DESCUBRE CON SANTA MÓNICA EL PODER DE LA FE Y LA ORACIÓN
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Santa Mónica ejemplifica de manera magistral el poder de la oración de una madre de familia. A través del amor, la paciencia, la fe y la oración, santa Mónica ayudó a su marido y a su hijo a caminar por las sendas de Dios. Su ejemplo sigue siendo de actualidad. Esta es su sobrecogedora historia.

Santa Mónica fue criada como cristiana y, posteriormente, se casó con una persona que no compartía esa fe. Patricio era un político ateo. Tuvieron tres hijos juntos y su matrimonio no fue fácil. Pero Mónica nunca tiró la toalla y permaneció paciente. Su fe llegó hasta tal punto, que se convirtió en consuelo y ayuda para muchas otras mujeres de su entornoque atravesaban problemas matrimoniales.

Pero, ¿cuál era la fuente de la que brotaba esa fortaleza que llevó a santa Mónica a servir a su esposo con amor desinteresado? Esa fuente era la fe y la oración. Eventualmente, sus oraciones dieron frutos. Un año antes de la muerte de Patricio, él se convirtió al catolicismo. Una drástica transformación vital en la que, sin duda, influyeron las oraciones de santa Mónica y su amoroso ejemplo.

Santa Mónica y su hijo San Agustín

Aunque Santa Mónica se vio muy complacida con la conversión de su esposo, a ella aún le preocupaba su hijo Agustín. Aunque él era brillante y estaba dotado de dones, pasaba la mayor parte de su tiempo en las calles con amigos y viviendo promiscuamente. Aun así, Santa Mónica, nunca abandonó a su hijo. Al igual que hizo por su marido, Mónicaoraba diariamente para que Agustín regresar al camino de la fe.

Mientras se encontraban en Milán, ella conoció a San Ambrosio, el obispo local quien más tarde sería canonizado. Ambrosio se convirtió en su guía espiritual. San Ambrosio le prometió a Santa Mónica:»Te aseguro que el hijo de tantas lágrimas no perecerá». Y la predicción se cumplió. Agustín y Ambrosio compartieron una estrecha amistad que se fortaleció con los años. Con 32 años, Ambrosio bautizó a san Agustín, que con el tiempo pasaría a convertirse en uno de los pensadores con más influencia en la historia occidental y uno de los más grandes santos en la Iglesia Católica. En la actualidad, la Iglesia celebra a santa Mónica (27 agosto) y a san Agustín (28 de agosto), uno al lado del otro en el calendario litúrgico. Juntos ofrecen un poderoso testimonio de la fuerza de la fe y la oración en medio del mundo.